La más reciente investigación del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) devela ese doloroso y vergonzante capítulo del conflicto armado colombiano. A la vez, es un documento que resalta la lucha de los sobrevivientes de ese flagelo y destaca el coraje de las víctimas que se atrevieron a romper el silencio.

Actualmente en el Congreso de la República cursa trámite la ley estatutaria de la Jurisdicción Especial para la Paz, en donde se espera que se puedan esclarecer los hechos de violencia sexual ocurridos en el conflicto armado y hay ponencias que plantean cárcel para los responsables de esos crímenes.

“La violencia sexual es quizás la violencia más olvidada y silenciada entre los repertorios de violencia empleados por los actores armados. Ningún actor armado admite con franqueza haber violado, acosado o prostituido forzadamente a una víctima. Es mucho más fácil confesar el despojo, el desplazamiento forzado e incluso el asesinato, pero sobre la violencia sexual impera un profundo sentido moral que la convierte en un crimen horrendo, que denota, no la inhumanidad de las víctimas, sino la de los victimarios”.

Esa es una de las principales conclusiones de la investigación La guerra inscrita en el cuerpo: Informe nacional de violencia sexual en el conflicto armado, del CNMH, realizada por mandato de la Ley 1719 de 2014, la cual adoptó una serie de medidas para garantizar el acceso a la justicia de las víctimas de violencia sexual, en especial a las del conflicto armado. (Descargue el informe)

Su rastreo documental encontró que hasta el pasado 20 de septiembre, 15.076 personas se registraron como víctimas de “delitos contra la libertad y la integridad sexual en el marco del conflicto armado”. De ese universo, que cuenta con un subregistro porque muchas víctimas no se atreven a denunciar, la investigación contactó a 227 de diferentes regiones del país, que participaron en talleres de memoria y entrevistas presenciales, para profundizar sobre los efectos y las dinámicas de esa macabra práctica en la guerra.

Tras consultar a víctimas, revisar expedientes judiciales, sentencias y literatura sobre el tema, el CNMH estableció que la violencia sexual en el conflicto armado no es fortuita y que no responde a los bajos instintos ni a las necesidades básicas de los combatientes, puesto que ésta, al igual que las demás armas que se emplean en la guerra, se usa con determinados propósitos.

Una de las precisiones más significativas de esta investigación es que la violencia sexual es empleada con una función comunicativa para decir quién manda en el territorio: “El cuerpo ha servido para descifrar entre líneas eso que los actores armados quieren comunicarse unos a otros, a los pobladores y a sus víctimas. En el cuerpo se lee la firma característica de cada uno de los actores armados. Esos cuerpos se debaten entre la borradura y el trauma, porque guardar dichos significados es una experiencia terriblemente dolorosa”.

Del total de víctimas registradas hasta la fecha de corte de la investigación, 13.810 eran mujeres, 1.235 hombres y de 31 no se tenía información. Al respecto, precisa que, si bien esas cifras pueden ser indicativas de las magnitudes de la violencia sexual, “el aún importante subregistro, la invisibilización de algunas modalidades de violencia sexual, y el porcentaje en el que se desconoce el perpetrador, hace que no sean concluyentes”.

En lo que sí encuentra consistencia es en el accionar de los grupos armados: “De acuerdo al análisis temporal, las guerrillas han ejercido violencia sexual de manera constante, en relativa baja intensidad. Los paramilitares, por su parte, ejercieron violencia sexual como una clara modalidad asociada a las estrategias para instaurar terror. El número de casos perpetrados por los GAPD (Grupos Armados Posdesmovilización) muestra una continuidad con relación al accionar de las estructuras paramilitares, posterior al desarme”. Sobre la Fuerza Pública señala que también ha usado la violencia sexual sobre mujeres y niñas estigmatizadas como pertenecientes a grupos guerrilleros.

Sobre la autoría, indica que los paramilitares son presuntos responsables de 4.837 casos, las guerrillas de 4.722, los GAPD de 950 y los agentes del Estado de 206. Añade que se desconoce la autoría de 3.973 casos; y que la violación es usada por todos los grupos armados ilegales y legales, mientras que la esclavitud sexual es particularmente usada por grupos paramilitares y guerrillas.

Para explicar cómo y por qué se da la violencia sexual, y cuáles son sus efectos, la investigación tomó como variables de estudio los diferentes escenarios que ocurren en las regiones y los usos que los actores armados les dan a los “cuerpos” de sus víctimas.

Escenario de disputa territorial

Como su nombre lo indica, este escenario se presenta cuando dos grupos o más se enfrentan para consolidar su poder en determinada región y la población civil queda atrapada bajo los señalamientos de ser aliada de un bando contrario. Bajo ese contexto, las víctimas pasaron a ser cuerpos estigmatizados e incómodos.

Sobre los cuerpos estigmatizados, la investigación encontró que la violencia sexual fue usada para castigar, aleccionar y aniquilar cualquier rastro del enemigo, tal fue el caso de grupos paramilitares: “Se ha castigado a las mujeres por considerarlas colaboradoras, guerrilleras, lideresas o aliadas, casos en los cuales ellas son, directamente, las enemigas. Esto significa que la violencia sexual transmitió un mensaje directo: se les castigó por su vínculo real o no con el enemigo y se busca su aniquilación. En los casos en los que la víctima fue la mamá, la compañera o la hermana de un guerrillero, la violencia sexual ejercida sobre sus cuerpos se convirtió, además, en un mensaje de humillación hacia la estructura armada enemiga”.

Una víctima de esta situación es Esther, quien padeció la violencia de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) en Magdalena: “La violación me pasó cuando empezó la guerra, fue que empezaron a hacer desastres los paramilitares, a matar. (…) Y pues lo que me pasó a mí fue porque a mí me perseguían los “paracos” porque a un hermano mío lo habían desaparecido y me dijeron: allá está tu hermano, para recogerlo, el subversivo ese. Y pues como es mi sangre me lo dieron, lo fui a recoger, y después de eso tan duro, le puse la queja a la Cruz Roja y esa gente se alborotó y casi que me comen viva”. (Ver más: Los pecados de la guerra paramilitar contra las mujeres)

Al respecto, el informe señala que en casos como ese “la violencia sexual se ha empleado para romper cualquier tipo de vínculo que pudiese existir entre la población civil y las guerrillas, y de ahí el ensañamiento contra las mujeres, pues ellas han sido consideradas tejedoras de relaciones comunitarias y figuras importantes para la cohesión social y familiar en los territorios”.

Otro objeto de violencia sexual es el de los cuerpos incómodos, es decir, de las personas con liderazgo, reconocimiento y respeto en las comunidades porque podían representar una amenaza para su disputado control territorial.

Sobre esta modalidad, la investigación determina que “la violencia sexual se usó sobre las mujeres particularmente para acallarlas, silenciarlas y neutralizar sus acciones”; y destaca a las docentes como uno de sus blancos: “Estos roles fueron obstáculos para las estrategias de los grupos enfrentados, en particular de los paramilitares, consistentes en atacar a la población civil, sembrar el terror y el caos, y destruir las estructuras de organización social existentes, con el fin de hacerse más fácilmente al control político de los territorios. En consecuencia, algunas maestras se convirtieron en objetivos militares y fueron obligadas a huir o, en el mejor de los casos, negociar su permanencia bajo la condición de colaborar con los distintos actores armados”.

Además, la violencia sexual también se empleó contra quienes se opusieran a sus intereses, como le sucedió a Yemayá, violada por cuatro paramilitares, porque denunció su presencia en Buenaventura: “A mí se me daña la existencia por ser la líder de la comunidad, (…) y por no haber permitido que las niñas estuvieran mucho como en la quebrada, porque siempre como no teníamos agua potable, ellas tenían que ir a lavar en las quebradas y siempre las peladas allá las violaban”.

Por último, la violencia también se utilizaba, y con saña, en los cuerpos de las enemigas como forma de retaliación y de tortura para obtener información, previo al asesinato. Además, sus cuerpos son vistos como botines de guerra porque representan al enemigo, en donde se extienden las batallas y con acciones crueles se les aniquila.

Escenario de control territorial

violencia sexual 2Entre los tipos de violencia sexual cometidos durante el conflicto armado se encuentran la violación, la esclavitud sexual, la prostitución frozada, la estrilización forzada, el aborto forzado y la planificació forzada. Los dos último se dieron en su gran mayoría en las filas de grupos armados. Foto: archivo Semana.Cuando un actor armado se consolida y tiene hegemonía territorial, la violencia sexual se emplea con otros ‘propósitos’. En esta situación entra en juego el orden moral que los grupos armados instauran en ‘sus’ territorios para construir una “comunidad ideal”.

En este contexto, la violencia sexual fue usada como un “medio para expresar la voluntad soberana de los actores armados sobre los territorios y sobre los cuerpos; una forma de humillar y derrotar psicológica y moralmente a las víctimas; y una manera de exhibir la capacidad de dominio de los actores armados por medio de una pedagogía de violencia que promueve el castigo, la corrección y el terror entre las poblaciones”. (Ver más: Los abusos sexuales de los ‘paras’ contra las mujeres en el sur de Chocó)

La primera relación que surge frente a las víctimas es la de cuerpos asumibles. Auspiciada por una cultura machista, según el CNMH, la percepción de propiedad sobre los cuerpos de las mujeres y las niñas ha sido un rasgo característico: “De este modo, la violencia sexual sobre los cuerpos de las mujeres ha sido un modo de refrendar la marca de apropiación sobre las víctimas, una estrategia para agudizar las desigualdades de género y revalidar el dominio territorial de los grupos armados”.

Sandra, otra víctima de Buenaventura, lo explicó de la siguiente manera: “Lo que ellos aluden es que es como una forma de poder, que ellos tienen de hacerse sentir que ellos son los que mandan. Es una forma de disminuir a la mujer también. Un abuso sexual es una forma de disminución que acaban con tu estima, con todo. Y cuando tú no estás en un medio donde fácilmente tú puedas superar eso es un poquito complicado. Es traumático para la familia, humillante”.

Esa lógica de cuerpos apropiables también se ha presentado en miembros de la Fuerza Pública, quienes recurren a técnicas de seducción para lograr enamoramientos de “niñas y jóvenes” a las que les puedan sustraer información de la región, “haciendo uso del poder y aprovechándose de sus necesidades económicas, vacíos afectivos y ausencias institucionales y comunitarias”.

Al respecto, Jackeline, lideresa de Valle del Cauca que ha presenciado esa situación, señaló que “estos hombres vulneran a las jóvenes porque las enamoran, las seducen, las embarazan y luego se van o los trasladan, entonces eso agrava la situación porque aquí la niña se queda sola con todo, desplazada, en embarazo, discriminada, estigmatizada y con la mirada y los comentarios de todos”. Y el informe precisa que “el aprovechamiento de una condición de superioridad armada para sacar ventajas sexuales frente a jóvenes y niñas en condiciones de vulnerabilidad se ha constituido en una práctica invisibilizada por parte del Estado”.

Otras posturas sobre las víctimas son las de cuerpos corregibles y cuerpos higienizados. Están relacionados con la visión y el orden que los grupos hegemónicos lograron instaurar por medio de las armas, para construir un orden social, político y moral. Para tal fin, tanto guerrillas como paramilitares “regularon la vida afectiva, los ritmos y espacios cotidianos, la vida social, la sexualidad, los espacios de divertimento y las formas de llevar y conducir los cuerpos”. En este escenario la violencia sexual fue empleada como correctivo.

Uno de esos casos es del de María, víctima del Magdalena Medio quien le contó al CNMH que los paramilitares la denudaron y forzaron a usar un letrero con insultos porque el marido les puso la queja de que supuestamente le era infiel: “Me amenazaban con un arma en la cabeza si yo no hacía lo que me decían, me iban a matar por haberle faltado a mi marido y me manosearon. Y que agradeciera porque en [en otro municipio] a las mujeres infieles las calveaban y las desnudaban y después la sacaban a caminar por el pueblo para que aprendieran a comportarse. Después me llevaron al parque y me pusieron a barrer con el letrero colgado en el cuello, escrito por delante y atrás”. (Ver más: Las calvas de Puerto Gaitán)

En cuanto a casos de cuerpos higienizados, se encuentra el relato de una víctima que habló sobre la esterilización forzada: “Nos mandaban a capar para que no tuviéramos hijos y esto lo hicieron en el hospital (…) Se llegaba y se les pedía a las mujeres que iba a ver una jornada, ¿ya?, de desconectación (Sic) porque era que nosotras éramos unas “burras” y unas “perras” pariendo, saben que somos de pueblo y las mujeres de pueblo teníamos que tener nuestros hijos. Llegaban los buses, buses, al pueblo y las llevaban hasta el municipio de Fundación”. También se dieron casos de ‘correctivos’ contra lesbianas.

Escenario intrafilas

La última situación sobre el uso de la violencia en el marco del conflicto armado se da entre las mismas tropas de un grupo. Antes de tratar los temas de violencia sexual, el informe llama la atención sobre la situación que enfrentan las mujeres para cumplir con el régimen disciplinario de los actores armados, que regula la vida afectiva, la sexualidad y la posibilidad de establecer pareja.

Producto de ese régimen, se da la primera visión de los cuerpos de las combatientes, pues el goce de sus derechos sexuales y reproductivos entran en tensión: “El ingreso a los grupos guerrilleros (FARC y ELN) para las niñas y las mujeres, sea bajo el reclutamiento forzado o voluntario, implicó una pérdida de autonomía corporal, significa ingresar a un espacio de profunda regulación de los procesos biológicos. Esta pérdida de autonomía se traduce en la mayoría de los casos en la imposibilidad de decidir sobre si quieren planificar o no, sobre las transformaciones e intervenciones sobre sus cuerpos, sobre qué tipo de métodos usar, y si se quiere ser madre o no”.

La siguiente visión de las víctimas intrafilas es la de cuerpos disponibles, en donde se dan casos de violación, esclavitud sexual, cohabitación forzada y desnudez forzada. Aunque todos los grupos armados sin excepción dicen tener prohibida la violencia sexual so pena de muerte tras consejo de guerra, en la práctica no se cumple. Y es evidente que los altos mandos no están sujetos a ella.

Muestra de ello son el caso de Luis Édgar Devia Silva, alias ‘Raúl Reyes’, el denominado ‘Canciller de las Farc’, abatido en Ecuador el 1 de marzo de 2008 tras un bombardeo de la Fuerza Pública. “Él siempre llevaba su doble intención, porque a él le gustaba cogerlo a uno que para escolta, siempre tenía muchachas así y después abusar de uno, a él le gustaba abusar de las muchachas que llevaba. Y pues no fui solo yo, cada niña que llegaba él las cogía para escolta, las tenía un poco de tiempo y después cuando a él le daba rabia o algo con ellas pues las sacaba, ya para otros oficios. (…) Fui escolta de él casi 16 años (…) Pero la rabia con él era mucha, es que él lo cogía a uno y era que a las malas tenía uno que estar con él. (…) No sé si en todos los grupos será igual, pero eso es lo más duro, ¡lo más duro!, porque eso es como una mancha que queda ahí que uno no se la puede borrar, a toda hora uno mantiene como eso”, le dijo al CNMH una excombatiente que fue reclutada a los nueve años de edad.

Al respecto, el informe señala que, a pesar de la prohibición de la violencia sexual en esa guerrilla, “el poder que detentaba su victimario las situó a ella y a otras niñas y adolescentes en el lugar de cuerpos disponibles, sin posibilidades reales de poder denunciar lo que sucedía. Por ende, las normas si bien especifican las acciones que las personas al interior del grupo armado no pueden cometer, en la práctica están filtradas por las jerarquías y los poderes encarnados en comandantes y hombres con algún nivel de autoridad. La intersección entre género, edad de las víctimas y su origen campesino, se repite como una constante de victimización”.

Una menor de edad que fue reclutada por grupos paramilitares en los Llanos Orientales también padeció una situación similar: “Los postrecitos, porque así nos decían; los postrecitos intocables éramos cuatro (…) niñas vírgenes, y las niñas vírgenes éramos muy apetecidas por los jefes, porque por eso era que las llevaban entre los 14 años. Me decía: tiene que resignarse porque en estos días hay que tener la finca limpia, organizada y hay que mantener cortada la leña, los otros muchachos traen la leña y hacer de todo porque va venir el patrón y el patrón, y el patrón. Yo le decía: pero ¿quién es el patrón? Dijo: usted lo va a conocer porque a él le interesa por unos videos, le interesa una niña que vio aquí, que son muy bonitas. Entre esas estaba yo”.

Resistencia a la barbarie

violencia sexual 4Mujer con un mensaje de dignidad, durante uno de los talleres de memoria realizados en Tolima en2016. Foto: Rocío Martínez para el CNMH.Además de padecer la violencia sexual, en la mayoría de los casos la vida de las víctimas se derrumbó porque debieron soportar más situaciones adversas como la estigmatización social, el rechazo familiar, la revictimización por parte de funcionarios públicos, la falta de atención estatal, el padecimiento de secuelas físicas y psicológicas.

No obstante, muchas han logrado salir adelante gracias a diversas estrategias de afrontamiento y acciones de resistencia. La investigación le dedica un apartado a esa lucha que emprenden estas víctimas para reconstruir sus vidas, que se encuentran en una situación ambivalente, pues al hacer memoria tienen que afrontar su pasado tormentoso para que afloren el coraje, la valentía y la dignidad que les permite emprender un nuevo rumbo.

Al respecto, el CNMH precisa que “si bien sus testimonios reflejan la valentía y la increíble creatividad que tienen las víctimas para seguir adelante y enfrentar las violencias más brutales y atroces, estos actos no pueden interpretarse como un gesto heroico, sino como el producto de la agencia de las mujeres en medio de una situación de profunda vulnerabilidad y abandono institucional (…) Las mujeres intentan reconstruir sus vidas llevando consigo los vestigios de la violencia sexual, coexisten con sus marcas, las articulan a su cotidianidad, las absorben, las sobrellevan o las esquivan”.

Entre los actos de afrontamiento está el de anestesiar el cuerpo por medio del silencio y del olvido como mecanismo de supervivencia. “Si bien las mujeres guardaron silencio para seguir viviendo, esto sucedió de boca para fuera, pues dentro de sí mismas el ruido estridente del recuerdo difícilmente cesó. Esta es la ambigüedad del silencio como afrontamiento, si este perdura en el tiempo carcome la subjetividad, ahoga a la persona e invalida el propio cuerpo. Muchas víctimas actuaron como si nada les hubiera pasado para seguir viviendo y anestesiaron los dolores del cuerpo y del espíritu para permanecer en pie y para evitar ser presas del sufrimiento”, indica el informe.

Por otro lado, se encuentran las mujeres que se atrevieron a confrontar a sus victimarios; como ejempló están las indígenas Embera que decidieron permanecer en sus territorios para defenderlos y confrontaron a los grupos armados por medio de la palabra.

Otro acto que está relacionado con la resistencia étnica es el de los saberes propios y la espiritualidad de los pueblos afros e indígenas. Mamá Laura, una matrona de Buenaventura e integrante de la Red Alas de Mariposas Renovadas, emplea estrategias “para afrontar la violencia sexual, para unir los barrios que dividieron los actores armados con fronteras imaginarias, acoger mujeres víctimas de violencia de género y rescatar la memoria histórica de las prácticas ancestrales de africanía”. (Ver más: Comadreando se resiste a la violencia en Buenaventura)

Una situación similar ocurre con las indígenas amazónicas de Caquetá y Putumayo, quienes, por medio de rituales de armonización y círculos de la palabra, reconstruyen el tejido social fracturado por la guerra y “contribuyen a que las mujeres sanen sus heridas como víctimas de violencia sexual, con base en los conocimientos sobre las plantas como la coca, el tabaco y la yuca, sobre los ciclos de la luna y de la naturaleza así como de los lugares sagrados como parte de los saberes que se requieren recuperar para aportar a la sanación desde la cosmovisión de cada uno
de los pueblos”.

Por fuera de las comunidades étnicas se encuentran los entornos familiares como fuentes de motivación para seguir viviendo. Varias víctimas le dijeron al CNMH que las familias, especialmente sus hijos, son fuentes de fortaleza y esperanza en el camino por la reconstrucción de sus vidas. De este modo, según la investigación, “los hijos y las hijas y algunos miembros de la familia próxima se convierten en símbolos de futuro y en motivación para la acción”.

El aborto, por más controversial que pueda sonar para algunas personas, sirve para que las víctimas de violación que quedaron en embarazo pueden liberarse de una “carga insoportable”. Sobre este particular, el documento indica que “los embarazos producidos como consecuencia de la violencia sexual han representado en la vida de las mujeres el tener que enfrentarse a una dura situación que entreteje la usurpación de sus cuerpos, un conocimiento envenenado sobre el origen de los embarazos y un límite moral que cuestiona su autonomía para decidir si se continúa o no con ellos. (…) En este caso particular cuando las mujeres deciden abortar buscan romper con cualquier rastro que pueda atarlas con sus agresores o vincularlas a la transmisión de su herencia biológica”.

Reconstruir la sexualidad y el erotismo también son otra medida de afrontamiento. Este es uno de los puntos más traumáticos, pues como explica el informe, “hay que tener en cuenta que este es un acto profundo de reconciliación de las víctimas con su propio cuerpo, pues socialmente está instalada la idea de que la violencia sexual es culpa de ellas y, por lo tanto, se espera que borren para siempre su interés por el sexo o de lo contrario corren el riesgo de ser estigmatizadas. Reiniciar la vida sexual, construir relaciones erótico-afectivas y sentir de nuevo placer es un acto muy significativo de afrontamiento, es un camino particular para darle vida al cuerpo y emociones a la cotidianidad”.

No encasillarse como víctima es otra medida dolorosa que ha resultado efectiva para retomar el rumbo de sus vidas como sobrevivientes. De ese modo, las víctimas pretenden no negarse el derecho a la felicidad que le arrebataron los victimarios, pueden verse al espejo y expresarles a los armados que “las mujeres resisten en cuerpo y cara de mujer, creando un nuevo rostro, uno formado por ellas mismas”. Por lo tanto, “el cuerpo atacado se transforma en baluarte de lucha y de resistencia, en expresión de vida y autonomía de las mujeres, porque el mismo cuerpo afectado es el mismo cuerpo que sobrevive y resiste, se resignifica, se re-encuentra, se re-localiza”. (Ver más: El Arte de Sanar, una obra a corazón abierto)

Por último, la más próxima e inmediata es la solidaridad en medio del conflicto armado. Mujeres y personas que tejen redes de apoyo de manera desinteresada y sin señalamientos: “Las prácticas de apoyo mutuo entre mujeres en medio del conflicto armado son el principio de acciones conjuntas de resistencia y de reivindicación de sus derechos, es decir, el comadreo como forma de relacionamiento, y sus manifestaciones, son el inicio de la vida política de las mujeres como actores sociales, ya que no se saben solas y sienten el deseo de trabajar por el bienestar de otras basadas en la lógica del afecto como lideresas y como madres o cuidadoras”.

Aportes del informe

VerdadAbierta.com consultó a Génica Mazzoldi y a Román Huertas, investigadores del Área de Conflicto Armado y Negociaciones de Paz de la Fundación Ideas para la Paz (FIP), estudiosos del tema, quienes destacan que analizar el fenómeno de la violencia sexual reconociendo el cuerpo como archivo de memoria de las realidades, las vivencias, las historias de vida y evidencia del lugar se ocupa en el mundo, permite un distanciamiento y dejar en segundo plano la racionalidad para interpretar la violencia sexual desde los preconceptos y prejuicios que tienden a preguntar el sexo, la orientación sexual, la estética y los roles de las víctimas para inferir sobre el hecho victimizante.

Con respecto a los detallados patrones de ocurrencia de la violencia sexual con ocasión del conflicto armado identificando las circunstancias, motivaciones y modalidades a partir de los escenarios del conflicto armado y de los mensajes que las violencias sexuales imprimen en los cuerpos de las víctimas, afirman que “se identifican múltiples causas y condiciones que permitieron la comisión de la violencia sexual a partir de su definición como un ejercicio de poder y dominación ejercido violenta y arbitrariamente a través de la imposición de realizar o presenciar actos sexuales en contra de la voluntad de una persona”.

Asimismo, resaltan que la investigación aborda contextos regionales sobre los que no había información detallada ni bibliografía que evidenciara la violencia sexual y su relación con órdenes locales y arreglos de género; y sobre la inclusión del cuerpo como categoría para la interpretación de la violencia sexual en el marco del conflicto, consideraron que es “un acierto de aproximación y abordaje que nos permite entender la corporalidad más allá de lo orgánico y lo anatómico, abriendo caminos para dilucidar la experiencia misma de la guerra en cada víctima de violencia sexual; referenciando un elemento común y un mismo lugar donde confluyen las violencias; el cuerpo”.

Por otro lado, consideran que el valor del informe va más allá de las cifras que presenta, siendo ya éstas en sí mismas un avance y un aporte para la comprensión de lo que significó la violencia sexual en el marco del conflicto: “En este sentido se debe reconocer también el valor que trae el informe en la descripción de sus desarrollos metodológicos, demostrando que es necesario incorporar otros lenguajes y formas para el abordaje con las víctimas de los hechos violentos que han padecido”.